Celeste Woss y Gil (1891 - 1985)
Celeste Woss y Gil Ricart es la primera mujer artista dominicana que se destaca como decisiva orientadora del arte nacional, al mismo tiempo que se vincula al impulso moderno del mismo. Oriunda de Santo Domingo, nació el 5 de mayo de 1891, año en el que estaba consolidada la dictadura de Ulises Heureaux, a quien su padre, Alejandro Woss y Gil (1856-1932) le allanó el camino al poder cuando ocupó la presidencia de la república en 1885-1887. Militar, político, hombre culto y con aficiones artísticas, ocupó nuevamente la presidencia del país en 1903, pero a los ocho meses de gestión fue derrocado, teniendo que irse al exilio con sus hijos y su esposa, doña María Ricart y Pou, y en Francia permanecieron nueve años. Allí en París, la entonces pequeña Celeste Agustina aprendió el francés a la perfección, al igual que sus hermanos Ana María (n. 1885) y Francisco (n. 18..?).
La prestancia paterna, la pudiente posición social de la familia y el exilio, permitieron que Celeste Woss y Gil fuera respaldada desde el momento en que expresa su preferencia y vocación hacia las artes. Al trasladarse con su familia a Santiago de Cuba, inició sus estudios artísticos en la Academia de Pintura, bajo la dirección de José Joaquín Tejada, quien había estudiado pintura en España y se había distinguido como paisajista. En la misma Academia también estudió su hermana Ana María Woss y Gil, conocida como Plicita, quien se especializó en escultura y casó con un tío materno, radicándose la pareja en el país cubano. Ambas hermanas exponen en la Academia de Bellas Artes. La menor de ellas, Celeste Agustina, también exhibe junto a su maestro en la vitrina muestrario del conocido establecimiento comercial El Palo Gordo, convertido hermosamente por sus dueños en verdadera urna de arte. De acuerdo a una crónica de 1911, ella expone un bello óleo y Tejeda dos preciosas acuarelas.
Después de la formación en Cuba, en donde ofrece muestra fructífera de su pasión hacia el arte pictórico, Celeste Woss y Gil viajó a los Estados Unidos en donde el realismo imperaba como tradición pictórica y la renovación de las vanguardias europeas trazaban una paralela, sobre todo en Nueva York. A esta urbe llega la pintora dominicana en 1922, inscribiéndose en The National Academy y la Art Students League, recibiendo en esta última las orientaciones de Frank Vincent Du Mond y George Lukacs. Esa institución promovía a la sazón una actitud realista, racionalista y directa con respecto a la representación de los fenómenos observados. Ello sin duda condicionó la reacción de Woss y Gil a las figuras y objetos pintados a lo largo de su carrera. Como otros artistas procedentes de medios conservadores, Woss y Gil permaneció al margen de los experimentos más radicales del cubismo y movimientos similares que ocurrían a su alrededor en Nueva York, París y otros centros. Pero esa automarginalidad no significa que ella no asimilara cambios decisivos del arte moderno occidental. Los asume con la preferencia de las figuraciones realistas y el equilibrio de un temperamento que hace del arte una catarsis personalizada, pero también una entrañable misión en la sociedad a la que pertenece como criolla, isleña y dominicana.
Celeste Woss y Gil participa de una muestra colectiva de la Art Students League (1923), viajando al país natal en 1924. En este año instala un moderno estudio artístico en Santo Domingo, frente a la vieja Catedral Primada, y acondiciona el patio de la casa para la enseñanza pictórica. Mujer-pintora y artista docente, a la joven Celeste Woss y Gil se asocian varios registros desde el año de su retorno en adelante. Estos se enumeran de acuerdo con Belkiss Adrover: Para inaugurar el estudio-escuela Celeste presentó una exposición de pinturas, que podemos registrar como la primera individual del país, la cual suscitó elogiosos comentarios de los críticos de arte de los periódicos Listín Diario y La Opinión, los de mayor circulación e importancia. A la escuela-estudio asisten sus primeras discípulas: Delia Weber,Amada Nivar, Ninón Coiscou, Ligia Ortiz, Dulce María de Marchena y Virginia Dubreil.
Celeste decide en 1928 volver a Nueva York para aprender anatomía artística y relacionarse con las nuevas conquistas de las artes visuales. En la citada urbe, aprende, además, a dibujar patrones a la medida, conocimiento que a su regreso a Santo Domingo en 1931 comenzó a impartir como maestra en la Escuela Industrial de Señoritas.
En su hogar de la Calle Luperón abrió Celeste Woss y Gil su nueva Academia de Dibujo y Pintura y ahí enseñó durante más de diez años a un numeroso grupo de jóvenes de uno y otro sexo. Cada año ofrecía una exposición de los mejores trabajos de sus alumnos. Esas muestras colectivas despertaban gran interés y entusiasmo en el público entendido y amante de las bellas artes.
La aparición artística de Celeste Woss y Gil resulta importante durante el período de su desenvolvimiento primordial, correspondiente al 1924-1940. Con ella se reorienta y fortalece la enseñanza artística en el ámbito de la capital dominicana, representando alcances de notable proyección futura. La rigurosa formación conseguida en los centros en donde estudió le permitieron convertirse en una opción docente femenina en posesión además de un método moderno. En tales relaciones ella se convierte en la primera mujer dominicana de trascendencia artística, con magisterio en las artes, a pesar de que algunos nombres femeninos, antes que el suyo, se estimen como notables. Es el caso de Adriana Billini, pero esta pintora, también docente, queda laboralmente vinculada a Cuba.
Orientadora de la modernidad pictórica nacional en un período decisivo, frente a los también orientadores Gómez y García-Godoy, Celeste Woss y Gil se convierte en una protagonista excepcional, ya que asumió como mujer la ruptura desde todos los ángulos de su humanidad; y, sobre todo, en una época y en un medio social donde pocas representantes del género rompían patrones tradicionales, a pesar del movimiento feminista que clamaba por la necesaria y justa igualdad con el hombre. Aparte de ser la primera en mostrar su producción conjunta, y además dedicarse a la docencia artística, ella era pionera en el enfoque del desnudo como tema, militando en la primera organización nacional que clama por el reconocimiento del derecho político para la mujer. Pero iba más lejos: aspiraba, buscaba y ofrecía testimonio de su fuero humano, femenino, personal, artístico, social.
Al establecerse definitivamente en el país, Celeste Woss y Gil realizó obras al natural: retratos y desnudos preferentemente femeninos. Ella había realizado en 1919 un elocuente retrato de mujer desnuda que, aparte de romper con el viejo canon idealizador del tratamiento, la ubica como precursora dominicana del tema asumido con visión moderna. Pero el enfoque reiterado con el tiempo en otros desnudos y en su predilección para captar muchachas jóvenes y mulatas, no sólo provoca la reacción de los moralistas, puritanos y racistas, sino también la sospecha de un encubierto lesbianismo, aunque la extremada protección que le dispensaba a su alumno Xavier Amiama también evidenciaba que estaba enamorada al menos platónicamente de él. En la década del 1930, ella contrajo matrimonio. Esta ruptura de la soltería la refiere la ficha de una obra suya que redacta su amiga Abigaíl Mejía para el Catálogo del Museo Nacional; ficha en la cual anota el apellido de esposo: 21. Retrato del Gral. Alejandro Woss y Gil / Óleo / 0.42 cms. x 0.29 cms. / Pintor: Celeste Woss y Gil de Félix. / Donante: la autora, a solicitud de la Dirección/ (1856-1932). Cabeza de perfil, el ex-Presidente aparece con su característica y enérgica tiesura, algo calvo, en plena madurez. Lleva gafas puestas, vestido de negro y cuello de pajaritas. Fondo oscuro. Pintado en 1912, es la primera obra hecha del natural por la autora».
La referida ficha es del 1939, año en el cual ella era la consorte legal de Ernesto Félix, más bien conocido como Von Félix, quien se dedicaba a la venta de seguros, poseyendo oficina en la Calle Del Conde, y padre de varios hijos en mayoría de edad. El posó para un retrato al óleo pintado por George Hausdorf posiblemente entre 1940-1945, con una fidelidad realista que lo muestran en edad muy madura. Se trata de una obra de enfoque y tratamiento diferenciados cuando se le compara con el citado R etrato del General Alejandro Woss y Gil, (óleo 1912) de estilo clásico, en cambio el del esposo se asocia a pinceladas postimpresionistas. Es probable que este retrato de Von Felix fuera realizado en el tiempo en el cual la pareja compartía el almuerzo y la sobremesa en el hogar familiar del esposo, lleno de cuadros de la pintora, quien más que cónyuge parecía una amiga de fieles visitas cotidianas. El matrimonio ofrece señales de apariencia, bien porque los hijastros no aceptaban a Celeste Woss y Gil o porque ella, mujer independiente y muy dedicada a su arte, prefería vivir en casa propia, en donde se sumergía por largas horas en la realización de los retratos que le demandaban, o de aquellas obras con las cuales se esforzaba por una nueva factura y una nueva visión del color, como en la excepcional pintura Vendedores (óleo 1940) que enfoca a una pareja de marchantes criollos. En primer plano un anciano, macuto en hombro y portando una gallina. En segundo plano, una marchanta con típico paño de cabeza, casi junto a su mesa de frutos tropicales.
Aunque más conocida por sus retratos de firme factura, trabaja también el paisaje y la naturaleza muerta. Pero son especialmente sus desnudos los que atrevidamente rompen la óptica de un puritanismo pictórico subyacente hasta el momento de su aparición. Hay en estos desnudos voluptuosos una fina sensibilidad artística y el encanto de un toque preciso que deja a las formas entregadas a su puro encanto sensible. En estos desnudos, la atención de la pintora se fija en un tipo racial femenino, tomado directamente del empleo del modelo. La racialidad también se expone en sus obras de costumbres, donde lo insular aflora entre color, rítmica, enfoque autóctono y naturalismo de contrastante iluminación tonal. Formada en el canon académico de sus diferentes orientadores y asimilada en una modernidad selectiva, gran parte de su obra expresa tales condiciones. En este sentido, observa Contín Aybar que su producción se distingue por ser moderna, pero conservando raíces clásicas. En la misma dirección va la opinión de Díaz Niese, quien, ponderando el alcance pictórico de esta mujer artista, escribe en 1943: «Celeste Woss y Gil, un talento espléndido, unido a un excepcional temperamento pictórico, con briosos arrestos, servidos por una técnica impecable, nos ofrece hoy pintura de verdad: bellos desnudos y vigorosos retratos en los cuales no sabemos qué admirar más, si la intención decorativa, la seguridad y amplitud de pincelada, la solidez del dibujo-disciplina de la línea, exactitud, soltura, o la sobriedad en los accesorios, el encomiable temor a los detalles episódicos y superfluos, etc. En suma: arte amplio, en que las figuras están tratadas como si fueran bloques pictóricos y en que la materia adquiere calidades insospechadas de brillantez y densidad (…) su pintura es sobria, fácil, sólida, opulenta».
Temperamento culto, elegante, femenino, introvertido pero liberado, la Woss y Gil era una artista de conciencia vertical en su identidad, en el rol social que asume y como pintora oficiante de por vida. Además, fue una formadora de conciencias en un momento crucial; momento en el cual el arte nacional proseguía, pero enrumbándose hacia pronunciamientos de renovación equilibrada. Su papel de orientadora docente durante los años en los cuales instala el Estudio-Escuela (1924-1928), su Academia Nacional de Dibujo y Pintura (1931-1942) provocó sin lugar a dudas una sensibilidad diferente frente a los seguidores y partidarios de Abelardo, el notable maestro que mucho la admiró, y quien fuera su colega amigo, además autor de un hermoso busto-retrato que perpetúa la juventud de la pintora maestra. Parte del alumnado que ella orientaba hacia el decenio de 1930, se constituyó en materia prima de la Escuela Nacional de Bellas Artes, fundada a inicios de la siguiente década. Celeste Woss y Gil fue incorporada a los programas de esa escuela en donde su temperamento y el estilo docente siguieron marcando a muchos discípulos hasta el momento de su inevitable jubilación. Entonces ella se refugió en su pequeño mundo de Gazcue, el barrio arbolado en donde tenía casa y taller, obras y recuerdos vivenciales. Allí murió camino a los cien años de edad (1985), apartada de toda veleidad, fiel a sí misma como su arte y reconocida como excepcional maestra precursora de la modernidad pictórica dominicana. Muchos años antes de su fallecimiento el Estado Dominicano la reconoció al otorgarle la Orden de Mérito de Duarte, Sánchez y Mella.
El retorno al país y las respectivas ubicaciones de Woss y Gil, Gómez y García-Godoy resultan factores decisivos, porque sus iniciativas de instalar academias de arte en Santo Domingo, Santiago y La Vega provocan una renovación pictórica. Con inequívoca conciencia en la educación de la sensibilidad y de la promoción artística, los tres orientadores se apoyan en las personales experiencias asimiladas en los diferentes países en donde ampliaron su formación: Estados Unidos (Woss y Gil), Francia (Gómez) e Italia (García-Godoy). La expresiva renovación que provocan se produce con discretos vuelos solidarios entre sensibles jóvenes, llamados a ser renovadores maestros que cultivan una pintura más viva, más al natural, extraída casi directamente de la realidad objetiva, con una obsesión por la luz isleña y expresando, además, la subjetividad personal de cada quien. Es en este nuevo sentido que se revelan las relaciones que expresa el juvenil Yoryi Morel en un texto que redacta en 1930, y del cual se cita el siguiente extracto: «Aquella tarde, plena de sol, buscaba un motivo para un cuadro, un paisaje (íbamos al borde del precipicio, mi guía apresuradamente caminaba con una imbecilidad de animal, yo le seguía sin temor ninguno. Iba atónito contemplando aquella belleza, aquella belleza primitiva y exuberante (…) El cielo era de un intenso azul cobalto, en el horizonte, pesadas nubes blancas y violáceas comenzaban a echar sus sueños sobre la montaña./ (…) por fin nos repartimos los útiles que llevábamos, el guía toma la caja con los colores, y yo el caballete y la tela./ (…) Desde el fondo se veía el sol haciendo juego de luz sobre la cima de los barrancos. (…) El paisaje era sencillamente maravilloso y fantástico. ¡Loado sea el gran Creador! Ante su obra sentimos la gran desesperación de no poder hacer del arte, otra cosa que imitarle medianamente».
Puede hablarse en relación a tales impresiones de un nuevo espíritu buscando más directamente la realidad o sus esencias en términos de atmósfera ecológica. Sin embargo, esa búsqueda se había manifestado con anticipación en la literatura nacional que impulsan los poetas postumistas, en la visión que ofrecen del terruño, de los aspectos más simples y primarios de la realidad ambiental: la aldea, el campo, la flora, la maestra rural, el atardecer, el río, la luz… Todo ello asumido de manera peculiar especialmente por Domingo Moreno Jiménez (1894-1986). Este poeta se convierte en un trashumante de los caminos de la patria, cantando sus esencias en papeles multicolores que reparte gratuitamente en los lugares por donde transitaba. El Postumismo postula que en la pintura debe triunfar la luz sobre el color de los paisajes, así como la magnitud del motivo en el fondo de los cuadros y la presencia o representación natural de las cosas. Hacia la tierra insular como espacio ineludible y obligatorio, hacia lo autóctono como materia prima; hacia la luz para percibir o entender a la naturaleza, y sus elementos reales; y hacia lo nacional como corolario de todos y cada uno de los aspectos reales, fue un significativo llamado a la conciencia dominicana que estimuló –o coincidió–, con las nuevas visiones que ofrecen narradores, poetas, músicos y pintores que con el neo nativismo y el realismo social, estas tendencias se asocian al movimiento postumista; en especial a su cantor mayor, Moreno Jiménez: su obra permite que aparezcan en la poesía dominicana poetas de las dimensiones sociales y humanas de Héctor Incháustegui Cabral, Manuel del Cabral y otros. A él se asocia el primer número de El Día Estético, R evista Indo-Universal de Vanguardia, con ediciones impresas en varias ciudades, entre ellas Santiago de los Caballeros. En esta comunidad realizó Yoryi Morel un dibujo alegórico relacionado con el americanismo de los postumistas: Un mapa de las Américas alumbrado por un hacho ardiendo.
Celeste Woss y Gil fue incorporada a los programas de esa escuela en donde su temperamento y el estilo docente siguieron marcando a muchos discípulos hasta el momento de su inevitable jubilación. Entonces ella se refugió en su pequeño mundo de Gazcue, el barrio arbolado en donde tenía casa y taller, obras y recuerdos vivenciales. Allí murió camino a los cien años de edad (25 de julio de 1985), apartada de toda veleidad, fiel a sí misma como su arte y reconocida como excepcional maestra precursora de la modernidad pictórica dominicana.